miércoles, 20 de agosto de 2014

Lecturas Comprensivas

Lecturas comprensivas recopiladas por el blog Colegio José Calderón

 Con la utilización del libro virtual, podréis visualizar las primeras páginas de los diferentes cuadernos, con lo cual tendrás una buena idea de su contenido, si te gusta, puedes descargártelo completo a tu ordenador, pulsando el nombre del archivo.


1º Ciclo





2ºCiclo

  2º C. Lecturas 1      



Material Común a los diversos Ciclos


https://orientacionandujar.files.wordpress.com/2011/06/coleccion-de-100-fichas-comprensic3b3n-lectora-trabajando-las-competencias-bc3a1sicas.pdf
  Plan de Lectura Ceip Loreto   fichas 1- 50
https://orientacionandujar.files.wordpress.com/2011/06/coleccion-de-100-fichas-comprensic3b3n-lectora-trabajando-las-competencias-bc3a1sicas.pdf
  Plan de Lectura Ceip Loreto   fichas 51- 99



         
         

martes, 19 de agosto de 2014

Blancaflor, la hija del diablo

Blancaflor, la hija del diablo

     Había una vez un rey y una reina que, después de casados, estuvieron mucho tiempo sin tener descendencia. La reina iba todos los días a pedirle a Dios que les mandara un hijo, aunque a los veinte años se lo llevara el diablo. El rey iba a cazar fieras todos los días, pero había tantas fieras para él solo, que un día vino del bosque y le dijo a su mujer:
          -El primer hijo que tengamos se lo prometo al diablo. (1)
    Por fin Dios les mandó un hijo tan hermoso, que no había otro como él. Era además tan fuerte, que a los tres años ya iba a matar fieras y mataba más que su padre.
    Pero de mayor se hizo también muy jugador y a todo el mundo le ganaba. Un día se encontró con un caballero que resultó ser el diablo. Se puso a jugar con él, y el diablo dejó que le ganara todo el dinero. Quedaron citados para jugar otro día. Pero ese día el diablo le ganó al hijo del rey todo el dinero que llevaba. Entonces le preguntó que si quería jugarse el alma, y el hijo del rey contestó que sí. Se pusieron a jugar y le ganó el alma. El diablo le dijo entonces que si quería recuperarla tenía que ir a su castillo a realizar tres trabajos que le mandaría. (2)
     A esto ya tenía el hijo del rey veinte años, cuando le dijo a su padre: 
-         Padre, prepáreme usted un caballo y unas alforjas, que me voy camino adelante.
     El padre le dio el mejor caballo que tenía. La madre le preparó la comida, pero no dejaba de llorar. El hijo le preguntó que por qué lloraba (3) tanto y ella entonces le contó como le había pedido a Dios un hijo, aunque se lo llevara el diablo. El muchacho le dijo que no se preocupara y se marchó.
     Por el camino se encontró con una pobre anciana (4), que le pidió un trocito de pan y el muchacho le dio todo el que llevaba. Entonces le preguntó:
 -         ¿A dónde vas?
-         Voy al castillo del diablo.
-         Pues por tu buena acción –dijo la anciana- te diré que tienes que llegar a un río que está cerca del Castillo de Irás y no Volverás, y adonde todos los días van a bañarse tres palomas, que son las hijas del diablo. Cuando llegues allí se estarán bañando. Tú le esconderás la ropa a la más pequeña, que se llama Blancaflor, y no se la des hasta que te pregunte tres veces por ella y te prometa su ayuda en todo lo que necesites.
-         ¿Y cómo llegaré a ese río?-preguntó el príncipe.
-         En el pueblo más próximo vive la dueña de las aves, que es hermana del sol y de la luna. Pregúntale a ella.
     El príncipe siguió andando y llegó por fin a la casa de las aves. Llamó a la puerta y salió a recibirle una bruja, que le dijo:
 -         ¿Quién te manda por aquí, que tan mal te quiere? (5)
-         Voy buscando el Castillo de Irás y no Volverás y vengo a que usted me diga dónde se encuentra –contestó el príncipe.
-         ¡Huy, yo no sé dónde está eso! Pero alguna de mis aves, que van por todas partes, lo sabrá. Está noche, cuando vengan después de que se recoja el sol, se lo preguntaremos. Pero escóndete en ese rincón, si no mi hermano el sol te abrasará con sus rayos o mi hermana la luna te descubrirá.
 Llegó el sol y se puso a gritar:
 -         ¡A carne humana me huele! ¡Si no me la das, te mato!
 Y contestó la bruja:
 -         Anda, déjalo, que es un pobre muchacho que anda buscando el Castillo de Irás y no Volverás, y está esperando que lleguen las aves para preguntárselo.
 Después llegó la luna y pasó lo mismo:
 -         ! !A carne humana me huele! ¡Si no me la das, te mato!
-         Anda, déjalo, que es un pobre muchacho que anda buscando el Castillo de Irás y no Volverás, y está esperando que lleguen las aves para preguntárselo.
     Bueno, pues fueron llegando las aves de todas partes del mundo, y a todas les iban preguntando si sabían dónde estaba el Castillo de Irás y no Volverás, y todas decían que nunca habían oído hablar de el. Entonces dijo la bruja:
 -         Pues ya sólo queda el águila coja, que llega siempre la última.
 Por fin llegó el águila coja (6) y se lo preguntaron, y contestó:
 -         Ya lo creo que lo sé. Eso está al otro lado del mar.
-         ¿Y tú podrás llevar a este muchacho? –le preguntó la bruja.
-         Eso está muy lejos –contestó el águila- y necesitaría mucha comida para la travesía del mar. Por lo menos una caballería muerta y que me metieran un cacho en la boca cada vez que lo pidiera.
     El príncipe dijo entonces que estaba dispuesto a matar su caballo y dárselo de comer cuando se lo pidiera. El águila dijo que bueno. Y así fue: el príncipe mató a su caballo y lo montó atravesado encima del águila; luego se montó él y el águila emprendió el vuelo. Cada cierto tiempo ésta decía: (7)
 -         ¡Príncipe, carne!
     Y el príncipe le metía en el pico un trozo de carne del caballo Así durante mucho tiempo, hasta que se acabó toda la carne y todavía no habían atravesado el mar. El águila dijo:
 -         Pues lo siento, pero si no me das más comida, no podré seguir adelante y tendré que tirarte al mar.
-         ¡No, espera! –dijo el príncipe-. Me cortaré un trozo de mi propia carne y te lo daré.
     El águila se compadeció entonces de él y le dijo:
 -         No es preciso. Haré un último esfuerzo y te soltaré cerca de un río que hay antes de llegar al Castillo de Irás y no Volverás.
     Y así fue. Cuando llegó el príncipe a la orilla del río, ya se estaban bañando las tres hijas del diablo.. (8)
     Las dos mayores salieron, se vistieron y se volvieron palomas. La menor, que era la más hermosa se acercó al muchacho y le pidió sus ropas, a lo que él le dijo:
 -         Te tienes que casar conmigo.
-         Está bien –contestó Blancaflor-. Ya sabía yo que vendrías. Toma este anillo y póntelo.
     El príncipe le dio sus vestidos. Ella se los puso y al instante se volvió paloma.
          -Móntate sobre mí y vámonos al castillo –dijo Blancaflor.
     Cuando llegaron al castillo, salió el demonio a recibirlos y en seguida le mandó que hiciera el primer trabajo. (9)
          -Para mañana –dijo- tienes que allanar aquella ladera, ararla, sembrar el trigo, segarlo, molerlo y traerme el pan.
     El muchacho cogió un azadón y se fue para la montaña. Pero cuando vio que era toda de piedras, se echó a llorar. Llorando como estaba se restregó los ojos con el anillo y al momento apareció Blancaflor.
 -         ¿Qué te pasa? –le preguntó ella. (10)
-         Pues nada –contestó él y le contó lo que su padre le había mandado.
-         No te apures –dijo ella-, échate en mi falda y duérmete.
     Cuando el muchacho se despertó, ya estaba el pan hecho. Se lo presentó al demonio y éste le dijo:
 -         Muy bien. Pero... o tú andas con Blancaflor, o eres más demonio que yo. Ahora tienes que plantar este campo de vid y traerme por la tarde un buen canasto de uvas.
     Otra vez el príncipe se echó a llorar, y, al restregarse los ojos con el anillo, se le apareció Blancaflor (11). Cuando se enteró ella de lo que pasaba, le dijo que se echara a dormir. Cuando el príncipe se despertó, no tuvo más que coger el canasto lleno de uvas y llevárselo al demonio, que le dijo:
 -         Muy bien. Pero... o tu andas con Blancaflor, o eres más demonio que yo. Todavía me falta lo principal. Una vez una tatarabuela mía pasó por el estrecho de Gibraltar y se le cayó al mar una sortija. Quiero que vayas y me la traigas.
     Cuando Blancaflor se enteró de lo que su padre había pedido, le dijo al príncipe:
          -Pues ahora tienes que matarme con este cuchillo y recoger toda mi sangre en esta botella, sin que se pierda una sola gota. Luego me echas al mar y te pones a tocar la guitarra sin parar. (12)
          -¡Ay, que yo no puedo matarte! –exclamó el muchacho.
     Pero ella le dijo que tenía que ser así. Entonces el príncipe hizo todo tal como se lo había dicho Blancaflor, aunque se le cayó una gota de sangre al suelo. Se puso a tocar la guitarra, y al poco rato salió del agua la muchacha con la sortija en la boca y más hermosa que había entrado (13). Tan sólo le faltaba un trocito de un dedo por la gota de sangre que perdió. El príncipe le llevó la sortija al demonio, que otra vez le dijo:
 -         O tú andas con Blancaflor o eres más demonio que yo –y añadió-: Está bien. Podéis casaros, pero no se celebrará la boda ni dormiréis juntos. Y antes tienes que averiguar cuál de mis tres hijas es Blancaflor. Si no, te mataré.
     El demonio mandó a sus tres hijas que asomaran un dedo por debajo de la puerta, para que el muchacho tuviera que adivinar cuál de ellos pertenecía a Blancaflor. La muchacha metió el dedo que se le había quedado más corto, y así él la conoció.
          Fueron a acostarse y Blancaflor le dijo al príncipe: (14)
 -         Mi padre querrá matarnos ahora. De manera que nos tenemos que escapar. Ve a la cuadra. Allí verás dos caballos. Uno gordo y bonito, que se llama Viento, y otro flaco y feo que se llama Pensamiento. Tienes que coger el segundo y también la espada mohosa que hay en el armario, junto a otra nueva reluciente.
     Pero el príncipe, cuando llegó a la cuadra, pensó que mejor le servirían el caballo gordo y la espada nueva, y los cogió. (15)
     Blancaflor había puesto en la cama unos pellejos de vino y había echado tres salivas en un vaso para que respondieran por ellos cada vez que el demonio les preguntara algo desde el otro lado de la puerta. El demonio preguntaba y las salivas respondían, pero se fueron secando y su voz se hizo cada vez más débil, hasta que el demonio se creyó que estaban dormidos. Entonces entró y se puso a darles cuchilladas a los bultos, que empezaran a soltar chorros de vino. (16)
          -Estamos perdidos –dijo Blancaflor cuando llegó a la cuadra-. Este caballo es el del Viento. Vámonos corriendo.
     El demonio, cuando se dio cuenta de que se habían escapado, cogió el caballo del Pensamiento y salió tras ellos.
     Cuando ya los iba alcanzando, se convirtió en una fiera para matarlos. El muchacho se volvió, y, al verla, le dijo a Blancaflor:
          -Ahí viene una fiera que nos quiere agarrar. (17)
     Entonces ella tiró un peine por la cola del caballo. El peine se volvió un matorral de peines tan espeso, que el demonio tardó mucho tiempo en poder pasar. Cuando y otra vez los alcanzaba, dijo ella:
 -         Toma esta navaja y tírala por la cola del caballo.
     Al momento la navaja se volvió un matorral de navajas y el pobre demonio salió hecho pedazos. Pero otra vez los iba alcanzando y ella le dio al muchacho un puñado de sal para que lo tirara por la cola del caballo. La sal se convirtió en un monte de sal, y, al atravesarlo, se le metió al demonio en las heridas y daba éste unos gritos que temblaba la tierra. (18)
     Luego el caballo se volvió una ermita, ella una imagen y el príncipe el ermitaño. Cuando llegó el diablo, le preguntó si había visto pasar a una pareja montada en un caballo. Y el ermitaño le decía:
              -Dinguilindán, dinguilindán. A misa toca. ¡Si quiere usted entrar! –y lo repetía.
     Hasta que el diablo se cansó de él y se dio la vuelta. Cuando llegó al castillo, la diabla le dijo:
 - Tonto, si ésos eran ellos mismos.
 Y el demonio dijo:
 -         Permita Dios que él se olvide de ella.
     El príncipe y la hija del diablo continuaron su viaje al palacio del rey. Cuando llegaron al pueblo, él la dejó en una fuente y le dijo que esperara. (19)
 -         Que no te abrace nadie. Porque, si alguien te abraza, me olvidarás –le dijo ella.
     Llegó el príncipe al castillo. Salieron sus padres y él les dijo:
 -         Que nadie me abrace. Preparad las carrozas, que voy por mi mujer.
     Entonces llegó la abuela por detrás, se le acercó y lo abrazó. Al momento el príncipe se olvidó de ella. (20)
     Blancaflor, cansada de esperar, se imaginó lo que pasaba. Se convirtió otra vez en paloma y empezó a volar alrededor del castillo, diciendo:
 -         ¡Pobre de mí, paloma, en el campo y sola! (21)
 Y la reina le decía a su hijo:
 -         No habías dicho que preparásemos las carrozas para ir a por tu mujer?
-         ¡Qué mujer, si yo no estoy casado! –respondía el príncipe.
     Con el tiempo el príncipe se echó otra novia y hubo torneos para preparar la boda. Blancaflor se dio cuenta de lo que pasaba y se metió de criada en el palacio. Era costumbre en esos tiempos que el que se casaba les regalase alguna cosa a los criados. Y ya le preguntó el príncipe a Blancaflor: (22)
 -         Y tú ¿qué quieres que te regale?
-         Una piedra de dolor y un cuchillo de amor –contestó ella.
     El príncipe emprendió un viaje para comprar todos los regalos, pero la piedra de dolor y el cuchillo de amor no los encontraba por ninguna parte. Por fin dio con un viejecillo, que era el diablo, y que le dijo:
 -         Me quedan los últimos.
     El príncipe se los compró y volvió al palacio. Les dio a todos sus regalos, pero, como no comprendía para qué querría aquella criada lo que le había traído, pensó esconderse para ver qué hacía. Blancaflor cogió los dos regalos y los puso en la mesa. Le dijo a la piedra: (23)
 -         Piedra de dolor, ¿no fue yo quien allanó la ladera, sembró el trigo, lo segó, lo molió y amasó el pan que el príncipe le llevó a mi padre?
 Y la piedra contestó:
 -         Sí, tú fuiste.
 Ya el príncipe empezaba a recordar algo. Y siguió diciendo la hija del diablo:
     Piedra de dolor, ¿no fui yo quien plantó un campo de vides y recogió la uva en un solo día para que el príncipe se la llevara mi padre?
 -         Sí, tú fuiste.
 El príncipe ya iba recordándolo todo. Entonces dijo ella:
 -         Cuchillo de amor, ¿qué me merezco yo?
 Y el cuchillo dijo:
-         Que te des muerte, Blancaflor.
     Y cuando ya se iba a dar muerte con el cuchillo, salió el príncipe de donde estaba escondido, la sujetó y le dijo: (24)
-Perdóname, Blancaflor. Perdóname, que yo soy tu marido y te había olvidado.
Salieron y él les dijo a todos que aquélla era su mujer.
Se acabó mi cuento con sal y pimiento, y todos contentos. (25)

JUAN EL OSO

JUAN EL OSO
Hace ya mucho tiempo vivía en un pueblo una muchacha que se dedicaba a cuidar vacas. Un día se le perdió una y se puso a buscarla por todas partes; sin darse cuenta llegó a un monte que estaba muy lejos. Allí le salió un oso, la cogió y se la llevó a su cueva. Después de estar viviendo con él algún tiempo, la mucha­cha tuvo un hijo. El oso, que nunca dejaba salir de la cueva ni a la madre ni al hijo, les traía de comer todos los días, teniendo que quitar y poner una gran piedra con la que tapaba la entrada de la cueva.
Pero el niño fue creciendo y haciéndose cada vez más fuerte. Un día, cuando ya tenía doce años, levantó la enorme piedra con sus brazos y la quitó de la entrada, para poder escaparse con su madre. Cuando ya salían de la cueva, apareció el oso. Entonces el muchacho cogió otra vez la piedra, se la arrojó al animal, y lo mató.
La madre regresó al pueblo con su hijo, que se llamaba Juan. Lo puso en la escuela, pero Juan andaba todo el día peleándose con los demás muchachos, los maltrataba y hasta se enfrentó con el maestro. Por fin le dijeron a la madre que tenía que quitarlo de allí, y el muchacho dijo que quería irse del pueblo. Pidió que le hicieran una  porra de siete arrobas, y así fue. Era tan pesada, que tuvieron que traérsela de la herrería entre cuatro mulas. Pero él la cogió como si nada y se marchó.
Por el camino Juan se encontró con un hombre que estaba arrancando pinos y le dijo:
—¿Tú quién eres?
—Yo soy Arrancapinos. ¿Y tú?
—Yo soy Juan el Oso, que voy con esta porra por el mundo y hago lo que quiero. Dime, ¿cuánto te pagan por arrancar pinos?
—Siete reales —contestó Arrancapinos.
—Bueno, pues yo te pago ocho.
Y se fueron los dos juntos. Un poco más adelante vieron a un hombre que estaba allanando montes con el culo. Juan el Oso le preguntó:
—¿Tú quién eres?
—Yo soy el Allanamontes. ¿Y vosotros?
—Yo, Juan el Oso. Y éste es Arrancapinos. Dime, ¿cuánto te pagan al día?
—Ocho reales —contestó Allanamontes.
—Bueno, pues yo te pago nueve.
Y se fueron los tres juntos camino adelante.
Cuando llegó la noche, Juan y Arrancapinos se echaron al mon­te a buscar comida y dejaron a Allanamontes haciendo la lumbre. Pero cada vez que prendía se acercaba un duende y se la apaga­ba. Allanamontes le dijo:
—Como me vuelvas a apagar la lumbre, te mato.
—¡Hombre, qué bien! —contestó el duende—. ¿No sabes tú que ésta es mi casa?
Entonces cogió una cachiporra y le dio a Allanamontes una bue­na paliza, se ensució en todos los cacharros de la comida y desa­pareció.
Cuando volvieron Juan y Arrancapinos, se quedaron muy sor­prendidos al ver lo que había pasado.
—Está bien —dijo Juan el Oso—. Mañana se quedará Arran­capinos.
Cuando Arrancapinos estaba preparando el fuego, apareció otra vez el duende y dijo:
—¿No te enteraste ayer de que ésta es mi casa?
Y sin decir más cogió la cachiporra y le dio una buena paliza a Arrancapinos, le apagó la lumbre y se ensució en los cacharros de la comida.
Cuando volvieron los otros dos y se enteraron de lo que había pasado, Juan se enfadó mucho y dijo:
—Mañana me quedaré yo.
Al día siguiente Juan el Oso hizo la lumbre y de nuevo apare­ció el duende, diciendo:
—¿Todavía no te has enterado de que ésta es mi casa?
Cogió otra vez la cachiporra dispuesto a darle una paliza a Juan el Oso, pero Juan el Oso cogió la suya, de siete arrobas, y con sólo dos golpes que le dio el duende se declaró vencido. Después se cortó una oreja y se la entregó a Juan el Oso, diciéndole:
— Cada vez que te encuentres en un apuro, sacas la oreja y la muerdes.
Cuando volvieron los otros dos, Juan el Oso les dijo que eran unos cobardes y les contó lo que él había hecho con el duende.
Otro día llegaron los tres a una sierra donde había muchos pi­nos, y como tenían mucha sed, dijo Juan el Oso:
—A ver si es verdad lo que sabéis hacer. Primero tú, Arrancapi­nos, tienes que arrancar todos los pinos. Y luego, tú, Allanamontes, tienes que allanar todos esos montes. Y después yo haré un pozo.
Así lo hicieron. En un momento Arrancapinos dejó todos los montes pelados y Allanamontes se puso a moverlos y a aplastarlos con el culo hasta que todo quedó como la palma de la mano. En­tonces Juan cogió su porra de siete arrobas y de un solo golpe en el suelo abrió un pozo muy hondo. Se asomaron los tres, pero era tan hondo, que sólo vieron la oscuridad. Juan el Oso dijo:
—Ahí tiene que haber algo. Vamos a echar una cuerda y lo veremos. Primero bajará Arrancapinos con una campanilla y, cuan­do vea algo, la tocará para que lo saquemos.
Pero, antes de llegar al fondo, Arrancapinos sintió mucho frío y tocó la campanilla. Luego bajó Allanamontes, y sintió mucho ca­lor y también tocó la campanilla, para que lo subieran. Por fin bajó Juan el Oso, que llegó hasta el fondo, donde había una cueva con tres puertas.
De pronto se abrió una de las puertas y apareció una mucha­cha. Juan le preguntó que quién era y ella le contestó:
—Soy una princesa y estoy aquí encantada por un gigante desde que un día me atreví a tocar un manzano que había en el jardín del palacio y al que mi padre me tenía prohibido acercarme. Fue entonces cuando se abrió la tierra y me tragó. Ahora tú tampoco podrás salir de aquí.
—Eso ya lo veremos —contestó Juan el Oso.
Y no había acabado de decirlo, cuando salió por la puerta un toro bravo, que se fue furioso hacia él. Pero Juan levantó su porra de siete arrobas y de un solo golpe en la cabeza lo mató. Luego se abrió otra puerta y salió una serpiente. Juan el Oso le dio un golpe en la cabeza y la mató también. Por último se abrió la tercera puerta y apareció el gigante, gritando: «¡A carne humana me hue­le! ¡A carne humana me huele! ¡Desgraciado! ¿Cómo te atreves a entrar en mi casa?»
Los dos se pusieron a pelear, pero Juan acertó a darle al gi­gante un cachiporrazo tan fuerte, que lo dejó tendido en el suelo.
Cuando la princesa se vio libre, le entregó a Juan una sortija que llevaba. Juan le amarró la soga por la cintura y tocó la campa­nilla para que los otros la subieran. Así lo hicieron, pero, cuando la princesa ya estaba arriba, Arrancapinos y Allanamontes no vol­vieron a echar la soga y se llevaron a la princesa.
Cuando se cansó de tocar la campanilla, Juan el Oso se dio cuenta de que lo habían abandonado y estuvo muchas horas dan­do vueltas por la cueva sin poder salir. De pronto se acordó de lo que le había dicho el duende, y se sacó la oreja del bolsillo. Le dio un mordisco y al momento aparecieron muchos enanillos dispues­tos a ayudarle. En seguida lo sacaron de la cueva, le dieron un tra­je nuevo y un caballo volador, con el que pudo llegar al palacio cuando el rey ya iba a decidirse a casar a la princesa con Arranca­pinos o con Allanamontes, pues los dos decían que habían desen­cantado a la princesa. Todo el mundo en el palacio estaba pen­diente de la decisión para hacer una gran fiesta, aunque la prince­sa estaba muy triste. Juan el Oso se metió entre la gente, y ni siquiera la princesa lo conoció al principio, debido al traje que le habían dado los enanillos. Por fin se acercó a ella y le enseñó la mano donde llevaba la sortija que ella le había entregado en la cue­va. Entonces la princesa exclamó:
—¡Este es el que yo escojo, porque éste es el que me ha de­sencantado!
El rey y todo el mundo se sorprendieron, pero tuvieron que convencerse, cuando vieron el anillo. A los otros dos los castiga­ron, y Juan el Oso y la princesa se casaron y vivieron felices y co­mieron perdices. Y a mí no me dieron porque no quisieron.

LOS DOS COMPADRES

LOS DOS COMPADRES

Un pobre labrador acababa de vender con su burro una carga de melones a tres pesetas el kilo. Por el camino de regreso a su pueblo tenía miedo de que alguien le fuera a robar y se decía así:
-¿Dónde guardaré el dinero?; ¿en el bolsillo? En el bolsillo, no. ¿En la cartera? En la cartera tampoco -y mirando al burro-. Ya lo tengo, lo meteré en el culo del burro –y allí fue metiendo todas las monedas.
Cuando llegó a su pueblo fue a pasar por delante de la casa de su compadre, que era muy rico, y al que le debía cincuenta duros:
- Mejor será que apriete el paso, no sea que aparezca el compadre.
Le dio un palo al burro, el animal pegó un respingo y cagó una peseta. Otro palo, y otra peseta. Su comadre, que vio esto desde la ventana, salió a la calle y le dijo así:
-¡Eh, compadre, venga usted aquí! Compadre, ¿me vendeusted el burro?
-No, comadre, porque con este me gano yo la vida y ya ve usted que me da muchas pesetas.
-Por cierto, compadre, ¿no le debía usted cincuenta duros a mi marido?
-¡Vaya por Dios! Está bien, le doy el burro y ya estamos en paz. ¡Ea, Lucero, ya tienes nuevo amo!
Y le dio tal cantidad de palos al burro hasta que echó la última peseta. La comadre, viendo esto, muy apurada, le dijo así:
-¡Quieto, compadre, que no va a quedar nada para nosotros! Dígame, ¿qué es lo que come el burro y dónde hay que ponerlo?
-El burro sólo come garbanzos. Muchos garbanzos y mucha agua. Los garbanzos en plato fino y el agua en vaso de cristal. Y eso sí, hay que tenerlo en el salón, porque es muy señorito. ¡Claro que el animal merece la pena...! Adiós, bonito.
Y con esta sonrisa, se despidió.
Y la mujer así lo hizo. Cuando llegó su marido le contó muy contenta el cambio que había hecho con su compadre. Él desconfió enseguida.
-Pero, vamos, mujer no seas tonta. ¿Desde cuándo ha tenido mi compadre un burro semejante?
Fueron entonces al salón y no podían abrir la puerta, como si hubiera algo muy pesado por detrás.
-¿Lo ves, maridito? No se puede abrir la puerta de tantas pesetas como hay.
Por fin pudieron abrir un poquito y vieron al burro despanzurra­do en el suelo, con la barriga hinchada de tanto comer garbanzos y de tanta agua como había bebido. El pobre animal había reventado.
El marido, furioso, salió a buscar a su compadre. Éste, que sabía lo que le esperaba, estaba preparado. Había comprado dos conejos blancos, igualitos, igualitos. Después de hablar con su mujer, le dejó un conejo y se fue con el otro a la taberna.
Nada más salir, se presenta en la casa el compadre rico:
-¡Comadre!, ¿dónde está el sinvergüenza de tu marido?
-¡Ay, por Dios, compadre!, ¿por qué dice usted eso? Mi marido no ha hecho más que salir por la puerta. Pero siéntese, hombre, siéntese, que viene usted muy sofocado… Ahora mismo mando al conejo a buscarlo.
-¿Cómo dices? ¡A qué conejo!
-¿A cuál va a ser?: Al que nos hace los "mandaos".
-¡Ah, pero...!
-Ahora mismo lo va a ver.
Cogió la comadre el conejo blanco, lo puso en la puerta y le dijo muy seria:
-Anda, conejito, corre a la taberna y dile a mi marido que venga en seguida, que lo está esperando su compadre.
El conejo, como es natural, se las piró y pasó corriendo por delante de la taberna. Pero el marido, que lo vio perderse, con el otro conejo en brazos se presentó en su casa al momento. El compadre rico no se lo podía creer.
-Pero, ¿es posible?
-¿Si es posible el qué?, ¿lo del conejo? Ah, ¿pero usted no lo sabía?

-Pues, mira, no lo sabía... Oye, ¿cuánto quieres por el conejo?
-El conejo no se vende compadre.-¡Véndemelo, hombre! Te pago..., lo que tú me pidas.
-Está bien. Está bien. Ya que insiste… Lo hago por ser usted quien es, que si no...Bueno, déme cincuenta duros antes de que me arrepienta.
Pagó el compadre rico los cincuenta duros y se fue con el conejo a su casa. Le explicó a su mujer la magnífica compra que había hecho. Y le dijo que para celebrarlo iban a invitar al alcalde, y que el "mandao" de la invitación lo iba a hacer el conejo. El hombre puso el conejo en la puerta de la casa y el animal salió de estampida.
Pasó una hora, y otra, y otra... Y allí no se presentaban ni el alcalde ni el conejo.
-Anda, que eres todavía más tonto que yo -le dijo su mujer.
-¡Ahora mismo se va a enterar el compadre de quién soy yo!-y salió echando pestes, dispuesto a lo que fuera.

Pero el compadre, que sabía de sobra lo que iba a pasar, lo estaba esperando con otra de las suyas. Había comprado dos vejigas de ternera, las llenó de sangre, y le dijo a su mujer:
-Tú, métete eso debajo del delantal mientras yo me hago el dormido.
A esto que llega el compadre rico hecho una furia:
-¿Dónde está tu marido, que lo rajo ahora mismo?
-¡Ay, compadre, no se ponga usted así! Mi marido está echando la siesta y no me atrevo a despertarlo porque se despierta de muy mal humor y la paga conmigo.
-¡Entra ahora mismo y despiértalo, que no respondo de mí!
-Bueno, hombre, bueno... Pero es que yo ni me atrevo a entrar. Desde aquí mismo lo llamo: ¡Maridooo…! ¡Maridooo…!
Entonces sale el otro como muy enfadado y con un cuchillo en la mano.
-¿No te he dicho que no me despiertes mientras estoy durmiendo la siesta? ¡Ahora verás!
Y se fue para la mujer y le pegó dos puñaladas en la barriga. Claro, al momento, un charco de sangre. Y la mujer que pega un "chillío" y se tira al suelo, como si estuviera muerta.
-¡Compadre, qué bestia eres!
-No te preocupes. No es la primera vez que pasa.
Cogió la guitarra y se puso a tocarla a la que estaba en el suelo.
-¿Pero qué haces, animal? ¿Te has vuelto loco? ¿Encima vas a tocarle la guitarra?
-Espera, hombre, ya verás. Le toco tres fandangos o una bulería y ya está.
Al momentillo empieza la otra a menear el pescuezo, haciendo como que revivía. Y se levanta tan fresca.
-Compadre, ¿cuánto quieres por la guitarra?
-¿La guitarra? Eso sí que no. La guitarra no se vende, compadre. ¡No ves que mato muchas veces a mi mujer! Ni hablar.
-Venga, hombre, no seas así, que soy tu compadre y quiero a tus hijos como si fueran míos...
-No siga que me está tocando el corazón. Y eso ya... Venga, ¡cincuenta duros y no se hable más!
Pagó religiosamente los cincuenta duros, se presentó en su casa con la guitarra y le contó a su mujer las propiedades de la guitarra. La otra salió corriendo como alma que se la lleva el diablo. Y el marido con un cuchillo detrás.
-¡No corras, mujer, si no te va a pasar nada! ¡Ya lo verás!

Hasta que la alcanzó y le clavó el cuchillo dos o tres veces. Al momento la otra, muerta.
Se pone el rico a tocar la guitarra..., pero nada; la muerta, muerta. El otro se tiraba de los pelos dando gritos, jurando vengarse. Reunió a unos cuantos a amigos, les contó lo que había pasado y fueron a por el compadre. Lo cogieron, lo metieron en un saco y le dijeron que lo iban a tirar al río. Al pasar por la taberna dice el rico:
-Os convido a una copa por la muerte de este canalla.
Todos se metieron en la taberna y dejaron el saco en la calle. A esto que pasa un pastor con sus cabras, cuando oye gritar al del saco:
- ¡Socorro, sacadme de aquí! ¡Sacadme de aquí!
Se acerca el pastor y le preguntó que qué le pasaba:
-Es que quieren casarme con la hija del rey y yo no quiero.
-¿Y qué puedo hacer yo?
-Si quieres, métete en el saco y te casarás con la hija del rey, porque ha dicho el rey que así lo hará con el primero que aguante un viaje de aquí a Madrid metido en un saco.
-Pues yo me he de casar con la hija del rey -dijo el ingenuo del pastor.
Desató el saco, salió el compadre pobre y se metió el pastor. El otro entonces volvió a atar el saco y se fue con las cabras. Salieron de la taberna los otros, ¡bastante bebidos por cierto!, cargaron con el saco y al llegar al río lo tiraron. El pobre pastor, se ahogó.
Ya volvían para el pueblo cuando oyen venir un rebaño de cabras. Miran para atrás y ven al compadre pobre tan jirocho con la piara. Todos estaban maravillados, y el rico más que ninguno.
-Pero, oye, ¿no hace un momento que te tiramos al río?
-Sí, ya lo creo. Pero miren ustedes si hay cabras y carneros dentro del agua, que cuanto más hondo, más cabras se sacan.
Los otros se acercaron a la orilla y vieron reflejadas todas las cabras en el agua, y como estaban medio borrachos, pues allá que van y empiezan a tirarse. El primero, el compadre rico, y como no sabían nadar, allí estarán todavía buscando cabras en el agua. http://elmaestrocuentacuentos.wikispaces.com/Los+dos+compadres 
 

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