Erase una vez
una ratita que, barriendo la calle delante de su casa, se encontró una
moneda
Lo cogió, y
dijo:
- ¿Qué compraré
con esta moneda? ¿Me compraré avellanas? No, no, que son golosina. ¿Me
compraré rosquillas, caramelos? No, no, que son más que golosina. ¿Me
compraré alfileres? No, no, que me puedo pinchar. ¿Me compraré unas
cintitas de seda? Sí, sí, que me pondré muy guapa.
Y la ratita, que
era muy presumida, se compró unas cintitas de seda de varios colores y
con ellas se hizo dos lacitos con los que se adornó la cabeza y la punta
del rabito.
Luego se asomó
al balcón para lucirse, viendo a los jóvenes que pasaban.
En esto pasó un
carnero y le dijo:
- Ratita,
ratita, qué guapa estás.
- Cuando una es
bonita, todo luce más.
- ¿Quieres
casarte conmigo?
- ¿Y por la
noche que harás?
- ¡Béee, béee!
- ¡Ay!, no, que
me despertarás.
Pasó luego un
perro y le dijo:
- Ratita,
ratita, qué guapa estás.
- Cuando una es
bonita, todo luce más.
- ¿Quieres
casarte conmigo?
- ¿Y por la
noche que harás?
- Pues en cuanto
oigo un ruido hago ¡guau, guau!
- ¡Ay!, no, que
me despertarás.
Pasó luego un
gato y le dijo:
- Ratita,
ratita, qué guapa estás.
- Cuando una es
bonita, todo luce más.
- ¿Quieres
casarte conmigo?
- ¿Y por la
noche que harás?
- ¡Miau! ¡Miau!
- ¡Ay!, no, que
me despertarás.
Pasó luego un
gallo y le dijo:
- Ratita,
ratita, qué guapa estás.
- Cuando una es
bonita, todo luce más.
- ¿Quieres
casarte conmigo?
- ¿Y por la
noche que harás?
- Pues de
madrugada canto: ¡quí, quí, ri, quí!
- ¡Ay!, no, que
me despertarás.
Pasó luego un
sapo y le dijo:
- Ratita,
ratita, qué guapa estás.
- Cuando una es
bonita, todo luce más.
- ¿Quieres
casarte conmigo?
- ¿Y por la
noche que harás?
- Pues me la
paso croando: ¡croac, croac!
- ¡Ay!, no, que
me despertarás.
Pasó luego un
grillo y le dijo:
- Ratita,
ratita, qué guapa estás.
- Cuando una es
bonita, todo luce más.
- ¿Quieres
casarte conmigo?
- ¿Y por la
noche que harás?
- Pues me la
paso haciendo: ¡grí, grí, grí!
- ¡Ay!, no, que
me despertarás.
Al poco rato
pasó un ratoncito chiquito y bonito y le dijo:
- Ratita,
ratita, qué guapa estás.
- Cuando una es
bonita, todo luce más.
- ¿Quieres
casarte conmigo?
- ¿Y por la
noche que harás?
- Por la noche,
¡dormir y callar!.
- ¡Ay!, sí, tú
me gustas; contigo me voy a casar.
Y se casaron.
La ratita
presumida todos los días se arreglaba y se ponía las cintitas de seda de
varios colores, y el ratoncito chiquito y bonito estaba cada día más
enamorado de ella.
Eran una pareja
feliz.
Un día, a media
mañana, dijo la ratita presumida a su ratoncito chiquito y bonito:
- Me voy a la
plaza, y te traeré unos quesitos para postre. Quédate tú al cuidado de
la casa; espuma el puchero con la cuchara de mango pequeño; y si ves que
falta agua, échale una poca, para que no pare de cocer.
Y con el cesto
de la plaza al brazo, salió la ratita a hacer algunas compras.
Llevaba un rato
solo en la casa el ratoncito cuando se dijo:
- Voy a echarle
un vistazo al cocido.
Destapó el
puchero, vio que estaba cociendo y que sobrenadaba un pedazo de tocino
que fue una tentación irresistible.
Metió una mano
para enganchar el tocino y se cayó dentro del puchero y allí se quedó.
Cuando volvió de
la plaza, la ratita presumida llamó:
- Ratoncito
chiquito y bonito: ¡abre! ¡soy yo!
Y ratoncito no
salió a abrirle. Volvió a llamar varias veces:
- Ratoncito
chiquito y bonito: ¡abre! ¡soy yo!
Cansada de
llamar, fue a casa de una vecina para preguntarle si había visto salir a
su marido o si le había pasado algo.
La vecina no
sabía nada. Decidieron subir al tejado y entrar por la chimenea.
La ratita empezó
a recorrer la casa diciendo:
- Ratoncito
chiquito y bonito, ¿dónde estás? Ratoncito chiquito y bonito, ¿dónde
estás?
Se cansó de
mirar por todos los rincones y de meterse por todos los agujeros, y
dijo:
- Habrá salido a
buscarme, ya volverá.
Al cabo de un
rato, sintiendo unas ganas de comer atroces, dijo:
- Haré la sopa,
a ver si, mientras tanto, viene.
Hizo la sopa y
dijo:
- Pues yo voy a
comer y le guardaré la comida para cuando venga.
Se comió la
sopa. Después fue a volcar el cocido en una fuente y allí encontró al
ratoncito que se había cocido con los garbanzos, las patatas, la carne y
el tocino.
La ratita
presumida rompió a llorar amargamente y avisó a toda la familia.
Acudieron los
vecinos, el pueblo entero, y le preguntaban:
- Ratita,
ratita, ¿por qué lloras tanto?
Y ella, sin
parar de llorar, contestaba:
Mi ratoncito
chiquito y bonito
se cayó en la
olla,
su padre le
gime,
su madre le
llora
y su pobre
ratita, se queda sola.
Y se acabó este
cuento con ajo y pimiento; y el que lo está oyendo, que cuente otro
cuento.