Blancaflor, la hija del diablo
Había
una vez un rey y una reina que, después de casados, estuvieron mucho
tiempo sin tener descendencia. La reina iba todos los días a pedirle a
Dios que les mandara un hijo, aunque a los veinte años se lo llevara el
diablo. El rey iba a cazar fieras todos los días, pero había tantas
fieras para él solo, que un día vino del bosque y le dijo a su mujer:
-El primer hijo que tengamos se lo prometo al diablo. (1)
Por
fin Dios les mandó un hijo tan hermoso, que no había otro como él. Era
además tan fuerte, que a los tres años ya iba a matar fieras y mataba
más que su padre.
Pero
de mayor se hizo también muy jugador y a todo el mundo le ganaba. Un
día se encontró con un caballero que resultó ser el diablo. Se puso a
jugar con él, y el diablo dejó que le ganara todo el dinero. Quedaron
citados para jugar otro día. Pero ese día el diablo le ganó al hijo del
rey todo el dinero que llevaba. Entonces le preguntó que si quería
jugarse el alma, y el hijo del rey contestó que sí. Se pusieron a jugar y
le ganó el alma. El diablo le dijo entonces que si quería recuperarla
tenía que ir a su castillo a realizar tres trabajos que le mandaría. (2)
A esto ya tenía el hijo del rey veinte años, cuando le dijo a su padre:
- Padre, prepáreme usted un caballo y unas alforjas, que me voy camino adelante.
El
padre le dio el mejor caballo que tenía. La madre le preparó la comida,
pero no dejaba de llorar. El hijo le preguntó que por qué lloraba (3)
tanto y ella entonces le contó como le había pedido a Dios un hijo,
aunque se lo llevara el diablo. El muchacho le dijo que no se preocupara
y se marchó.
Por el camino se encontró con una pobre anciana (4), que le pidió un trocito de pan y el muchacho le dio todo el que llevaba. Entonces le preguntó:
- ¿A dónde vas?
- Voy al castillo del diablo.
- Pues
por tu buena acción –dijo la anciana- te diré que tienes que llegar a
un río que está cerca del Castillo de Irás y no Volverás, y adonde todos
los días van a bañarse tres palomas, que son las hijas del diablo.
Cuando llegues allí se estarán bañando. Tú le esconderás la ropa a la
más pequeña, que se llama Blancaflor, y no se la des hasta que te
pregunte tres veces por ella y te prometa su ayuda en todo lo que
necesites.
- ¿Y cómo llegaré a ese río?-preguntó el príncipe.
- En el pueblo más próximo vive la dueña de las aves, que es hermana del sol y de la luna. Pregúntale a ella.
El príncipe siguió andando y llegó por fin a la casa de las aves. Llamó a la puerta y salió a recibirle una bruja, que le dijo:
- ¿Quién te manda por aquí, que tan mal te quiere? (5)
- Voy buscando el Castillo de Irás y no Volverás y vengo a que usted me diga dónde se encuentra –contestó el príncipe.
- ¡Huy,
yo no sé dónde está eso! Pero alguna de mis aves, que van por todas
partes, lo sabrá. Está noche, cuando vengan después de que se recoja el
sol, se lo preguntaremos. Pero escóndete en ese rincón, si no mi hermano
el sol te abrasará con sus rayos o mi hermana la luna te descubrirá.
Llegó el sol y se puso a gritar:
- ¡A carne humana me huele! ¡Si no me la das, te mato!
Y contestó la bruja:
- Anda,
déjalo, que es un pobre muchacho que anda buscando el Castillo de Irás y
no Volverás, y está esperando que lleguen las aves para preguntárselo.
Después llegó la luna y pasó lo mismo:
- ! !A carne humana me huele! ¡Si no me la das, te mato!
- Anda,
déjalo, que es un pobre muchacho que anda buscando el Castillo de Irás y
no Volverás, y está esperando que lleguen las aves para preguntárselo.
Bueno,
pues fueron llegando las aves de todas partes del mundo, y a todas les
iban preguntando si sabían dónde estaba el Castillo de Irás y no
Volverás, y todas decían que nunca habían oído hablar de el. Entonces
dijo la bruja:
- Pues ya sólo queda el águila coja, que llega siempre la última.
Por fin llegó el águila coja (6) y se lo preguntaron, y contestó:
- Ya lo creo que lo sé. Eso está al otro lado del mar.
- ¿Y tú podrás llevar a este muchacho? –le preguntó la bruja.
- Eso
está muy lejos –contestó el águila- y necesitaría mucha comida para la
travesía del mar. Por lo menos una caballería muerta y que me metieran
un cacho en la boca cada vez que lo pidiera.
El
príncipe dijo entonces que estaba dispuesto a matar su caballo y
dárselo de comer cuando se lo pidiera. El águila dijo que bueno. Y así
fue: el príncipe mató a su caballo y lo montó atravesado encima del
águila; luego se montó él y el águila emprendió el vuelo. Cada cierto
tiempo ésta decía: (7)
- ¡Príncipe, carne!
Y
el príncipe le metía en el pico un trozo de carne del caballo Así
durante mucho tiempo, hasta que se acabó toda la carne y todavía no
habían atravesado el mar. El águila dijo:
- Pues lo siento, pero si no me das más comida, no podré seguir adelante y tendré que tirarte al mar.
- ¡No, espera! –dijo el príncipe-. Me cortaré un trozo de mi propia carne y te lo daré.
El águila se compadeció entonces de él y le dijo:
- No es preciso. Haré un último esfuerzo y te soltaré cerca de un río que hay antes de llegar al Castillo de Irás y no Volverás.
Y así fue. Cuando llegó el príncipe a la orilla del río, ya se estaban bañando las tres hijas del diablo.. (8)
Las
dos mayores salieron, se vistieron y se volvieron palomas. La menor,
que era la más hermosa se acercó al muchacho y le pidió sus ropas, a lo
que él le dijo:
- Te tienes que casar conmigo.
- Está bien –contestó Blancaflor-. Ya sabía yo que vendrías. Toma este anillo y póntelo.
El príncipe le dio sus vestidos. Ella se los puso y al instante se volvió paloma.
-Móntate sobre mí y vámonos al castillo –dijo Blancaflor.
Cuando llegaron al castillo, salió el demonio a recibirlos y en seguida le mandó que hiciera el primer trabajo. (9)
-Para mañana –dijo- tienes que allanar aquella ladera, ararla, sembrar el trigo, segarlo, molerlo y traerme el pan.
El
muchacho cogió un azadón y se fue para la montaña. Pero cuando vio que
era toda de piedras, se echó a llorar. Llorando como estaba se restregó
los ojos con el anillo y al momento apareció Blancaflor.
- ¿Qué te pasa? –le preguntó ella. (10)
- Pues nada –contestó él y le contó lo que su padre le había mandado.
- No te apures –dijo ella-, échate en mi falda y duérmete.
Cuando el muchacho se despertó, ya estaba el pan hecho. Se lo presentó al demonio y éste le dijo:
- Muy
bien. Pero... o tú andas con Blancaflor, o eres más demonio que yo.
Ahora tienes que plantar este campo de vid y traerme por la tarde un
buen canasto de uvas.
Otra vez el príncipe se echó a llorar, y, al restregarse los ojos con el anillo, se le apareció Blancaflor (11).
Cuando se enteró ella de lo que pasaba, le dijo que se echara a dormir.
Cuando el príncipe se despertó, no tuvo más que coger el canasto lleno
de uvas y llevárselo al demonio, que le dijo:
- Muy
bien. Pero... o tu andas con Blancaflor, o eres más demonio que yo.
Todavía me falta lo principal. Una vez una tatarabuela mía pasó por el
estrecho de Gibraltar y se le cayó al mar una sortija. Quiero que vayas y
me la traigas.
Cuando Blancaflor se enteró de lo que su padre había pedido, le dijo al príncipe:
-Pues
ahora tienes que matarme con este cuchillo y recoger toda mi sangre en
esta botella, sin que se pierda una sola gota. Luego me echas al mar y
te pones a tocar la guitarra sin parar. (12)
-¡Ay, que yo no puedo matarte! –exclamó el muchacho.
Pero
ella le dijo que tenía que ser así. Entonces el príncipe hizo todo tal
como se lo había dicho Blancaflor, aunque se le cayó una gota de sangre
al suelo. Se puso a tocar la guitarra, y al poco rato salió del agua la
muchacha con la sortija en la boca y más hermosa que había entrado (13).
Tan sólo le faltaba un trocito de un dedo por la gota de sangre que
perdió. El príncipe le llevó la sortija al demonio, que otra vez le
dijo:
- O
tú andas con Blancaflor o eres más demonio que yo –y añadió-: Está
bien. Podéis casaros, pero no se celebrará la boda ni dormiréis juntos. Y
antes tienes que averiguar cuál de mis tres hijas es Blancaflor. Si no,
te mataré.
El
demonio mandó a sus tres hijas que asomaran un dedo por debajo de la
puerta, para que el muchacho tuviera que adivinar cuál de ellos
pertenecía a Blancaflor. La muchacha metió el dedo que se le había
quedado más corto, y así él la conoció.
Fueron a acostarse y Blancaflor le dijo al príncipe: (14)
- Mi
padre querrá matarnos ahora. De manera que nos tenemos que escapar. Ve a
la cuadra. Allí verás dos caballos. Uno gordo y bonito, que se llama
Viento, y otro flaco y feo que se llama Pensamiento. Tienes que coger el
segundo y también la espada mohosa que hay en el armario, junto a otra
nueva reluciente.
Pero el príncipe, cuando llegó a la cuadra, pensó que mejor le servirían el caballo gordo y la espada nueva, y los cogió. (15)
Blancaflor había
puesto en la cama unos pellejos de vino y había echado tres salivas en
un vaso para que respondieran por ellos cada vez que el demonio les
preguntara algo desde el otro lado de la puerta. El demonio preguntaba y
las salivas respondían, pero se fueron secando y su voz se hizo cada
vez más débil, hasta que el demonio se creyó que estaban dormidos.
Entonces entró y se puso a darles cuchilladas a los bultos, que
empezaran a soltar chorros de vino. (16)
-Estamos perdidos –dijo Blancaflor cuando llegó a la cuadra-. Este caballo es el del Viento. Vámonos corriendo.
El demonio, cuando se dio cuenta de que se habían escapado, cogió el caballo del Pensamiento y salió tras ellos.
Cuando ya los iba alcanzando, se convirtió en una fiera para matarlos. El muchacho se volvió, y, al verla, le dijo a Blancaflor:
-Ahí viene una fiera que nos quiere agarrar. (17)
Entonces
ella tiró un peine por la cola del caballo. El peine se volvió un
matorral de peines tan espeso, que el demonio tardó mucho tiempo en
poder pasar. Cuando y otra vez los alcanzaba, dijo ella:
- Toma esta navaja y tírala por la cola del caballo.
Al
momento la navaja se volvió un matorral de navajas y el pobre demonio
salió hecho pedazos. Pero otra vez los iba alcanzando y ella le dio al
muchacho un puñado de sal para que lo tirara por la cola del caballo. La
sal se convirtió en un monte de sal, y, al atravesarlo, se le metió al
demonio en las heridas y daba éste unos gritos que temblaba la tierra. (18)
Luego
el caballo se volvió una ermita, ella una imagen y el príncipe el
ermitaño. Cuando llegó el diablo, le preguntó si había visto pasar a una
pareja montada en un caballo. Y el ermitaño le decía:
-Dinguilindán, dinguilindán. A misa toca. ¡Si quiere usted entrar! –y lo repetía.
Hasta que el diablo se cansó de él y se dio la vuelta. Cuando llegó al castillo, la diabla le dijo:
- Tonto, si ésos eran ellos mismos.
Y el demonio dijo:
- Permita Dios que él se olvide de ella.
El
príncipe y la hija del diablo continuaron su viaje al palacio del rey.
Cuando llegaron al pueblo, él la dejó en una fuente y le dijo que
esperara. (19)
- Que no te abrace nadie. Porque, si alguien te abraza, me olvidarás –le dijo ella.
Llegó el príncipe al castillo. Salieron sus padres y él les dijo:
- Que nadie me abrace. Preparad las carrozas, que voy por mi mujer.
Entonces llegó la abuela por detrás, se le acercó y lo abrazó. Al momento el príncipe se olvidó de ella. (20)
Blancaflor,
cansada de esperar, se imaginó lo que pasaba. Se convirtió otra vez en
paloma y empezó a volar alrededor del castillo, diciendo:
- ¡Pobre de mí, paloma, en el campo y sola! (21)
Y la reina le decía a su hijo:
- No habías dicho que preparásemos las carrozas para ir a por tu mujer?
- ¡Qué mujer, si yo no estoy casado! –respondía el príncipe.
Con
el tiempo el príncipe se echó otra novia y hubo torneos para preparar
la boda. Blancaflor se dio cuenta de lo que pasaba y se metió de criada
en el palacio. Era costumbre en esos tiempos que el que se casaba les
regalase alguna cosa a los criados. Y ya le preguntó el príncipe a
Blancaflor: (22)
- Y tú ¿qué quieres que te regale?
- Una piedra de dolor y un cuchillo de amor –contestó ella.
El
príncipe emprendió un viaje para comprar todos los regalos, pero la
piedra de dolor y el cuchillo de amor no los encontraba por ninguna
parte. Por fin dio con un viejecillo, que era el diablo, y que le dijo:
- Me quedan los últimos.
El
príncipe se los compró y volvió al palacio. Les dio a todos sus
regalos, pero, como no comprendía para qué querría aquella criada lo que
le había traído, pensó esconderse para ver qué hacía. Blancaflor cogió
los dos regalos y los puso en la mesa. Le dijo a la piedra: (23)
- Piedra
de dolor, ¿no fue yo quien allanó la ladera, sembró el trigo, lo segó,
lo molió y amasó el pan que el príncipe le llevó a mi padre?
Y la piedra contestó:
- Sí, tú fuiste.
Ya el príncipe empezaba a recordar algo. Y siguió diciendo la hija del diablo:
Piedra
de dolor, ¿no fui yo quien plantó un campo de vides y recogió la uva en
un solo día para que el príncipe se la llevara mi padre?
- Sí, tú fuiste.
El príncipe ya iba recordándolo todo. Entonces dijo ella:
- Cuchillo de amor, ¿qué me merezco yo?
Y el cuchillo dijo:
- Que te des muerte, Blancaflor.
Y cuando ya se iba a dar muerte con el cuchillo, salió el príncipe de donde estaba escondido, la sujetó y le dijo: (24)
-Perdóname, Blancaflor. Perdóname, que yo soy tu marido y te había olvidado.
Salieron y él les dijo a todos que aquélla era su mujer.
Se acabó mi cuento con sal y pimiento, y todos contentos. (25)