martes, 12 de agosto de 2014

Los tres deseos

"Cuéntame un Cuento"
 Los tres deseos
Había una vez un hombre que no tenía fortuna y se casó con una mujer muy guapa. Una tarde de invierno, mientras estaban sentados al calor del fuego, se pusieron a hablar de la felicidad de sus vecinos, que eran más ricos que ellos.
-¡Ay, qué feliz sería yo -dijo la mujer- si pudiera tener cuanto deseo. Sería mucho más feliz que toda esa gente!
 -¡Igual me pasaría a mí! -dijo el marido.
 En ese mismo instante vieron aparecer a una señora muy bella, que les habló de este modo:
 -Soy un hada y prometo concederles las tres primeras cosas que me pidan. Pero, piénsenlo bien, porque después de pedidos esos tres deseos, no les concederé nada más.
Desapareció el hada y el matrimonio quedó sumido en un mar de dudas.
 -No voy a formular ningún deseo todavía -dijo la mujer-, pero tengo muy claro lo que querría: para mí no hay nada mejor que ser bella, rica y gran señora.
 -Bueno -dijo el marido-, pero eso no te libraría de la enfermedad o la tristeza.
 A mí me parece que sería razonable desear alegría, salud y una larga vida.
 -¿Y para qué quieres una larga vida sin dinero? -replicó ella-. El hada, te digo la verdad, debería habernos dejado una docena de dones.
 -Tienes razón -dijo el marido-.
 Pero vamos a pensarlo hasta mañana. Nos fijaremos bien a ver cuáles son las tres cosas que nos hacen falta y las pediremos, pero mientras tanto, ven a calentarte porque hace frío.
 La mujer cogió las tenazas para avivar el fuego y viendo que los carbones estaban bien encendidos, exclamó sin darse cuenta:
 -¡Quién pudiera tener una enorme morcilla y asarla tan a gusto para la cena!
 No bien había dicho esas palabras cuando una gran morcilla cayó en el hueco de la chimenea.  
-¡Maldita glotona con su dichosa morcilla! -exclamó el marido-. ¡Vaya un deseo más desperdiciado! Ahora solamente nos quedan dos. Me desesperas ... ¡ojalá tuvieras la morcilla en la punta de la nariz!
 En ese momento el hombre se dio cuenta de que estaba más loco que su mujer porque atendiendo a ese segundo deseo, la morcilla había saltado a las narices de ella y no había quien la despegara de allí.  
-¡Qué desgraciada soy! -exclamó la mujer-. ¿Cómo has podido desearme esto? Mira que eres malo.  
-Te aseguro -decía el marido muy afligido- que lo he hecho sin querer. No sabes cuánto lo siento. Voy a pedir ahora una gran fortuna y te encargaré un estuche de oro para esconder la morcilla.  
-¡Vaya solución! ¡Ni se te ocurra! -dijo la mujer- que prefiero morir a vivir con esto pegado a la nariz para siempre. ¡Por favor! Nos queda sólo un deseo ¡Déjamelo a mí o me tiro por la ventana!  
Y diciendo esto, se precipitó a abrir la ventana. El marido, que la quería mucho, gritó:  
-¡No, por Dios, querida, alto! Te dejo que pidas lo que te de la gana.
 -Pues que la morcilla caiga al suelo -dijo la mujer.
 Enseguida la morcilla se despegó de la nariz de la mujer y cayó al suelo.  
La mujer, que tenía sentido del humor, le dijo a su desconsolado marido:
 -El hada se ha burlado de nosotros. Pero, mira. Yo creo que es mejor. Quién sabe si no hubiéramos sido más desgraciados volviéndonos ricos. ¿Sabes lo que te digo, querido? que nos dejemos de deseos y tomemos las cosas como vienen. Y ahora, por lo pronto, vamos a cenar que de todos nuestros deseos, lo único que nos quedó fue la morcilla.
El marido le dio la razón, cenaron en paz y no se volvieron a preocupar por las cosas que habían tenido intenciones de pedir
 

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