martes, 12 de agosto de 2014

Los tres hermanos

"Cuéntame un Cuento"
Los tres hermanos
Érase una vez un hombre que tenía tres hijos y no poseía otros bienes que la casa que habitaba. A cada uno de los hijos le hubiera gustado heredar la casa a la muerte de su padre, pero él los quería a los tres por igual y no sabía qué hacer para que ninguno de ellos saliera perjudicado; tampoco quería vender la casa, herencia de sus antepasados. De repente se le ocurrió una idea y les dijo a sus hijos:  
-Vayan por esos mundos de Dios y aprenda cada uno un oficio; cuando vuelvan daré la casa al que demuestre poseer mayor destreza en su arte.  
Los hijos aceptaron la proposición de muy buen grado. El mayor decidió ser herrero, el mediano peluquero y el menor maestro de esgrima. Acordaron una fecha de vuelta a casa y partieron. Los tres encontraron excelentes maestros que les enseñaron los secretos de sus oficios respectivos.  
El herrero llegó a herrar los caballos del rey y se dijo: "No puede fallar, la casa será mía".  
El peluquero también afeitaba a los caballeros más distinguidos y también pensó: "La casa será mía".  
Al maestro de esgrima le hicieron algunos cortes, pero apretaba los dientes, levantaba el ánimo y se decía: "Si te asustan unos cortes, no podrás conseguir la casa".  
Cuando transcurrió el plazo fijado los tres regresaron a la casa de su padre. Como no sabían cuándo se presentaría la oportunidad de mostrar sus respectivas destrezas, se sentaron y deliberaron.  
Estando así sentados, de pronto avistaron una liebre corriendo rauda por la pradera.  
-Llega que ni pintada -dijo el peluquero.  
Cogió jabón y navaja, esperó a que la liebre estuviera cerca, se lanzó tras ella, la enjabonó en plena carrera y también en plena carrera le afeitó la perilla sin hacer corte ni daño alguno.
 -Me gusta lo que has hecho -dijo el padre-, si los otros no se emplean a fondo la casa es tuya.
 Poco después pasó un carruaje a toda marcha.
 -Ahora verás de lo que soy capaz -le dijo el joven herrero a su padre.
 Salió corriendo detrás del carruaje, saco las cuatro herraduras del caballo en plena carrera y en plena carrera también le puso las cuatro nuevas.
 -Magnífico -dijo el padre-, tu habilidad es igual a la de tu hermano, no sé a quién habré de darle la casa.
 Entonces habló el tercero:  
-Padre, deja que te muestre mi destreza.
 Y como empezara a llover, desenvainó la espada y la blandió en un movimiento cruzado encima de la cabeza, de forma que ni una gota cayó sobre él; pero la lluvia arreciaba cada vez con mayor intensidad y al final llovió a cántaros y él continuó blandiendo la espada con renovado vigor hasta el punto que su cuerpo permaneció tan seco como si hubiera estado bajo techo.
 El padre quedó tan asombrado viendo lo que hacía su hijo menor que le dijo:
 -Eres el más diestro, la casa es tuya.
 Los otros dos hermanos aceptaron de buen grado la decisión paterna, pues así lo habían convenido y como se tenían un gran afecto, se quedaron a vivir los tres juntos en la casa, ejerciendo sus respectivos oficios y como aprendieron a la perfección los secretos de su arte y poseían una enorme habilidad, ganaron mucho dinero.
 Así vivieron felices y se hicieron viejos juntos. Y cuando uno de ellos se puso enfermo y murió, los otros dos se afligieron tanto que al poco tiempo murieron. Los tres fueron enterrados en una misma tumba.
 

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