Eran tres hermanos. Vivían en las afueras del pueblo en un pequeño
bosque.
Un día decidieron pasar a lo otra orilla del río donde había una hierba
verde que estaba diciendo: "Cómeme, cómeme".
Para atravesar el río había un puente de madera. Debajo del puente tenía
su guarida un lobo disfrazado de duende, feo y gruñón.
El primero en querer atravesar el puente fue el más joven de los
cabritillos y, tipi, tapa, tipi, tapo, entró en el puente, que, por ser
muy viejo, crujió, como quien se lamentaba.
-¿Quién pasa, que hace crujir el puente? - gritó el duende.
- Soy, el más pequeño de los tres cabritillos del bosque. Voy a esos
prados de enfrente.
-¿Y a quién has pedido permiso? Te voy a comer ahora mismo.
- No, no lo hagas, que soy muy pequeño y estoy muy flaco. Espera un poco
que más atrás viene mi hermano que es mayor que yo.
- Bueno, bueno. Si es así, puedes marchar.
Al poco rato llegó el segundo de los cabritillos y, al pasar, volvió a
crujir el puente.
-¿Quién hace crujir el puente? gruñó el duende.
- Soy el cabritillo segundo del bosque que voy a esas praderas verdes.
-¿No sabes que debes avisar? Espera un poco que voy a comerte.
- Bueno; pero antes te quiero decir que, si tienes un poco de paciencia,
por allí viene mi hermano, el mayor, que tiene mejor bocado.
- Está bien. Esperaré.
Y el último de las cabritos empezó a pasar el puente, y como era más
pesado, el puente crujía más fuerte.
-¿Quién anda par ahí? ¿Quién pasa par mi puente? - gritó el duende
relamiéndose de gusto, al ver que ya tenía un buen banquete.
- Soy yo, el cabritillo mayor del bosque, que quiere pasar a esas prados
verdes.
Ah, ¿Eres tú? Te esperaba. No te vayas, que te voy a hincar el diente.
- Ven, aquí me tienes, acércate que te voy a traspasar con mis cuernos.
Y dicho y hecho. Se lanzó sobre el duende, le dio unos cuantos topetazos
y lo tiró al río. Menudo susto y remojón.
Sin más, atravesó tranquilamente el puente y se reunió con sus hermanos.
Y en los prados se quedaron comiendo cuanto quisieron.