El príncipe sapo:
Érase una vez una princesa que estaba jugando con su pelota de oro junto
a un río, hasta que se le escapó y se le cayó al agua. Un sapo oyó sus
sollozos, asomó la cabeza y le preguntó por la causa de su pena.
Entonces se ofreció a devolverle la pelota de oro con esta condición:
que ella lo tomaría como compañero. El sapo le explicó que ella tendría
que llevarlo a su casa, sentarlo a su mesa, darle de beber de su vaso,
comer del mismo plato, acostarlo a su lado en su cama y besarlo cuando
él se lo pida. La princesa, sin pensarlo media vez, se lo prometió. El
sapo se zambulló en el agua y le devolvió la pelota. Y al pedirle que lo
lleve a su casa, la princesa echó a correr, llegó al palacio y se puso a
comer con sus padres, el rey y la reina.
Al cabo de un rato, un sirviente avisó al rey de que había un sapo en la
puerta que pedía comer con la princesa. El rey dejó que pasara, y al
contarle el sapo lo sucedido, ordenó a su hija que cumpliera lo
prometido. Así que el sapo comió con ella, aunque a ella le dio mucho
asco y apenas comió aquel día.
Cayó la noche y, cuando la princesa se iba a la cama, el sapo exigió
dormir con ella. Accedió con asco, y cuando estaban acostados el sapo
reclamó un beso, la princesa, ahíta de repugnancia, lo cogió de una pata
y lo estrelló contra la pared. Refulgió una llamarada y el sapo se
convirtió en un hermoso príncipe. Y se abrazaron palpitando de amor
amorosísimo
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