CANTA ZURRÓN, CANTA
Has de saber y has de entender que esto era una vez una muchacha que era
muy buena, muy buena. El día de su santo, su madre le compró una sortija
de oro y a ella le gustó mucho y se puso muy contenta. Un día le dijo su
madre que se fuera a por agua a la fuente. Mientras esperaba se quitó la
sortija no fuera a ser que se le cayera dentro. Cuando acabó de coger el
agua, se fue sin acordarse de lo que había dejado allí.
Pero al llegar a casa se dio cuenta de que no llevaba el anillo y salió
corriendo a la fuente. Cuando llegó, ya había pasado un hombre y se lo
había guardado. La niña preguntó a todos si habían visto una sortija, pero
todos le contestaron que no. Cuando iba para su casa, afligida y apenada,
se encontró con el hombre y le preguntó:
Niña: –“¡Ay, mire usted! ¿No se habrá encontrado un anillo en la fuente?”.
El hombre le dijo que sí, que lo llevaba metido en su zurrón. Cuando la
niña se asomó para cogerlo, el hombre la empujó dentro y cerró el saco. Se
fue por todos los pueblos de la comarca para sacar dinero. Llamaba a las
casas y decía:
Hombre: –“¡Canta, zurrón canta, que si no te doy con la lanza” (Mientras
amenazaba con un palo).
Zurrón: –“¡Cantaré o no cantaré
Por una sortijita de oro
que en la fuente me dejé!
En un zurrón voy metida,
En un zurrón moriré.
Por un anillito de oro
Que en la fuente me dejé”.
Y así iba por todos los pueblos y se ganaba la vida, pues tenía un zurrón
que cantaba, y nadie sabía lo que había allí dentro. Al cabo de mucho
tiempo, llegó el hombre a la posada de un pueblo. Después de comer, dejó
el zurrón allí y se fue a dar una vuelta por sus calles.
La posadera, que era muy curiosa, quitó la cuerda para ver qué había
dentro del zurrón.
Cuál fue su sorpresa cuando de él salió una muchacha muy guapa y muy
delgada.
Entre todos los que estaban en la posada llenaron el zurrón de bichos,
culebras, ratas y todo lo que pudieron encontrar.
Pasado un rato, llegó el hombre, cogió el zurrón y se marchó. Llegó a una
casa y dijo:
–“¡Canta, zurrón canta, que si no te doy con la lanza!”.
Pero como no cantaba, el hombre se puso a dar palos al saco. Éste emitía
unos ruidos raros, los que hacían los bichos que estaban dentro. Entonces,
picado por la curiosidad y de mal humor desató el saco y, al abrirlo,
salieron todos los bichos y se lo comieron.
A partir de entonces, aquellos pueblos fueron felices, comieron
perdices, y a nosotros nos dieron con los huesos en las narices.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado, con pan y pimiento y rábanos
asados