martes, 12 de agosto de 2014

Los dos pastores y el lobo

Animación a la Lectura
"Cuéntame un Cuento"
Los dos pastores y el lobo
Dos pastores apacentaban el rebaño de ovejas en el monte de Torralba. Era una de esas tardes limpias y soleadas de octubre. Las ovejas estaban a la sombra de los robles, o tomaban sobre algún peñasco los últimos rayos del sol, o retozaban con sus corderillos. Los pastores habían echado su buena siesta confiados en la habilidad de los perros, y, ahora, contemplaban silenciosos los campos de «la dehesa» y de «río seco». Hasta el monte llegaban las voces de los labradores que labraban el campo. Sólo faltaba que el sol se hundiera un poco más entre las montañas para recoger las ovejas y encaminarse hacia los corrales del pueblo.

Pero no podían fiarse mucho. A veces, los lobos acechan tras cualquier chaparro.

Uno de los pastores, sentado sobre una peña, lanza al aire el grito de la jota. La voz clara y bien rasgada rueda por los valles y barrancos. Es como la despedida del día soleado y hermoso. Cuando suena la jota, muchos labradores suelen decir: «Un día como éste no debería terminarse nunca».

De repente, algo se movió en un trozo de maleza, allá a lo lejos.

—El lobo, el lobo —gritaron los dos pastores.

—El lobo, el lobo —sintieron también las ovejas.

Los perros salieron disparados en aquella dirección. Los pastores juntaron el rebaño a toda prisa y lo condujeron hacia la derecha.

—No nos desapartemos; si no hay más remedio, lo haremos frente como podamos.

Sin la ayuda de los perros, perdieron el control del rebaño y las ovejas se dispersaron monte abajo.

Los perros, valientes como leones y sin separarse ni un minuto, mantuvieron a raya al lobo por unos minutos, y habrían terminado con él de no haber aparecido la hembra loba. La batalla los dejó malparados y apenas pudieron llegar hasta donde estaban sus amos.

Entonces los lobos se lanzaron sobre los pastores.

Uno de ellos arrojó la porra y las alforjas y se subió a un roble. El otro, desesperado y nervioso perdido, se metió en un descampado. Allí no había robles ni encinas ni nada. Disimuló que se caía y quedó como muerto en la maleza.

Se acercaron los lobos despacio y recelosos, husmearon el cuerpo tendido y como muerto, y se sentaron cerca como pensando y reflexionando. Abrían la boca y mostraban los colmillos. Se acercaban al muerto y volvían a sentarse. El pastor no se movía, ni respiraba, ni daba señales de vida. El otro, bien seguro en el roble, presenciaba la escena sin moverse tampoco.

Los lobos se acercaron una vez más al cuerpo muerto, olieron el rostro, el pecho y las piernas del pastor, olfatearon el aire y desaparecieron por el monte.

Ya el sol se había escondido detrás de «las dos hermanas» pero todavía no era de noche. Los dos pastores no se movieron de su sitio hasta que fue de noche ciego. Entonces el pastor bajó del roble y se acercó a su compañero. Queriendo hacerle una gracia, gateó hasta él, olfateó el aire y le dijo al oído:

—¿Qué te decían los lobos?

—Que es cosa de cobardes abandonar en el peligro a los amigos.

Y colorín colorao….
 

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